La irrupción de las ventas por internet ha sacudido las estructuras del comercio tradicional. En un primer momento, fueron los pequeños negocios de los centros urbanos los damnificados por las nuevas tecnologías. La suma de esta vía de compra y la multiplicación de las grandes superficies favorecieron que gran parte de sus clientes potenciales dejaran de acudir a los núcleos de las ciudades para adquirir sus productos.
Sin embargo, hemos entrado en una nueva fase, en la que también los macrocentros comerciales comienzan a sufrir los efectos del comercio electrónico. En efecto, la facilidad que ofrece internet para encontrar cualquier tipo de producto, compararlo con todas sus posibles alternativas, y adquirirlo finalmente a un precio imbatible, supone una competencia que coloca a las grandes superficies en una complicada tesitura: los compradores ya no deben acudir al vendedor, sino que él viene a su casa, les ofrece todo y con unas tarifas inmejorables. Semejante contexto comercial está provocando movimientos en el sector de los grandes distribuidores. El reto no es ya disponer de una oferta amplia y económica de productos, sino conseguir que el comprador salga de su casa y acuda a las zonas comerciales.
El éxito en la consecución de este objetivo supone cambiar de paradigma, mediante un rediseño de las grandes áreas comerciales en una doble vertiente: por un lado, aumentando la presencia de establecimientos con un marcado carácter presencial (cafeterías, restaurantes, etc.), y sobre todo, convirtiendo estas zonas en un gran espacio de ocio (por ejemplo, instalando en su interior rocódromos, piscinas o parques de tirolinas). En definitiva, las grandes superficies deberán cambiar su oferta y su fisonomía si desean sobrevivir a la competencia de las nuevas tecnologías.